CAPITULO I
SPLASH
"Los perfumes, los himnos
órficos, las algarias en primera y en segunda acepción ... Aquí olés a
sardónica. Aquí a crisoprasio. Aquí empezás a oler a vos misma. Qué raro que
una mujer no pueda olerse como la huele el hombre." – Julio Cortazar.
El sonido lejano de una estrepitosa bocina de aire, de
esas clásicas de camiones o colectivos, que de haber estado junto al vehículo
me hubiese hecho saltar del susto, me despertó. Eran las 8:30 am del martes y se supone que
a esa hora ya debería estar trabajando. En cambio me encontraba enredado entre las
sabanas, abrazando la almohada y con una pesadez que me impedía tan siquiera
levantar la cabeza.
Respiro profundo, y… ahhh…
Entierro mi cara en la
almohada sintiendo la suavidad de la funda acariciándome, y luego de exhalar todo el aire de los pulmones comienzo a llenarlos
de a poco, disfrutando inconscientemente, casi drogándome.
No tengo vicio alguno, pero anoche sufrí un nuevo
episodio de insomnio y en un acto de profunda desesperación, ocurrió.
Eran las 3:10 am y
yo aun no había podido conciliar el sueño. Sabiendo que debía dormir o
descansar aunque sea unas cuatro horas, recurrí a un método que había aprendido
cuando nació Fede, mi segundo hijo. Y resultó tan eficiente en mi a los 42 años
como en él cuando era un bebe de tan solo unos pocos días de vida.
En teoría, los bebes lloran porque no pueden expresarse
de otra manera, lloran porque tienen hambre, el pañal sucio, sueño, cuando
tienen frio, calor, sed, problemas de estómago (gases, cólicos…), necesitan
eructar, algo del entorno los molesta, algún problemita en encías y dientes… o
simplemente, porque son bebes, y los bebes suelen querer estar todo el tiempo
con su mamá. De hecho, son muy obstinados en esos asuntos.
Pues bien, cuatro
años después de haber sido padre por primera vez, la llegada de Fede no me tomo
por sorpresa y me encontraba mucho más preparado e instruido -al menos en
teoría, claro- y había leído en alguna parte que cuando un bebe llora por la
noche, y habiéndonos asegurado que todas las causas atendibles habían sido
descartadas, es muy probable que solo este buscando intuitivamente la
protección materna, esa misma que buscan todas las crías de cachorros al dormir
apretujados contras la madre. En aquella oportunidad, me dio muy buen resultado
colocar junto a su cabecita una remera de algodón o camisón de la mamá, pero
en uso. O sea, no sacando de la pila de ropa limpia ni del cajón, sino que
debía estar impregnado con el olor de la mamá. Y les aseguro que funciona. De
esta manera, el bebe, que aun confía más en su olfato que en la vista o el
tacto, se siente protegido y junto a su madre.
Luego de tres días de prácticamente no dormir, sin
dolores, ni hambre o sed, habiendo eructado y sabiendo que no extrañaba a mi
madre desde hacía ya muchos –muchos- años, me di cuenta que en realidad lo que
extrañaba es “su” olor. Por supuesto que
no estoy hablando de mi madre! Me refiero al olor de mi mujer, hace apenas tres
meses que vivimos juntos y cada vez me cuesta más dormir sin ella.
Es sorprendente, no me había ocurrido nunca. En ninguno
de mis dos matrimonios anteriores tuve problemas para dormir en situaciones
similares. Claro, hay que considerar que en esta oportunidad las ausencias de
Sandy son bastante prolongadas debido a su profesión. pero ese es harina de otro costal.
El asunto es que me
encontraba como sedado y sin poder dormir, asique pues, me levante de un salto
y encendí la luz de la mesita de noche. Deslice la puerta derecha de su placard
hasta la mitad. En ese momento una frase salió de mis labios –algún día tendré
mi propio placard.- y sonreí. No se si a ustedes les pasa, pero en nuestra casa hay tres placares, y salvo tres cajones, dos estantes y media barra donde cuelgo algunos abrigos, el resto es todo de ella...
Fue un acto inconsciente, ya que en ese momento, creo, no
pensaba con mucha claridad. No sabía bien que buscaba. Y hurgueteando en el primer estante sobre
los cajones, entre sus tantos frascos de productos que ni sabía que existen, y aun no se para qué existen, diviso detrás de unas cremas para el cuerpo un envase que me resultó familiar. Un inconfundible y
rosado frasco del splash con el que prácticamente suele bañarse antes de vestirse,
incluso antes de dormir: “Victorias Secret Splash Body Lotion” .
Lo rocié en el aire para olerlo, y me envolvió en una nube
de algodones… casi podía sentir sus manos acariciando mi espalda, pasando sus
dedos por mi cabeza afeitada… fue un descubrimiento sublime!
Si hay algo que nunca ha de faltarle a mi mujer, es un perfume, su
labial, y su tarjetas de crédito, claro. Y este splash era como el sabor a menta y mentol de una pasta dental
que te recuerda automáticamente que tienes la boca recién higienizada.
Gire pivoteando sobre mi pie izquierdo y sin pensarlo
estaba rociando la almohada con el splash de
Victorias Secret. Puse una rodilla sobre la cama
para inclinarme sobre la almohada y antes de llegar a ella el elixir de la
fragancia me hizo pensar que en parte, el nombre de esta marca se debería a eso... me refiero a que, seguramente debería tener algún secreto en su fórmula, -es como la Coca Cola de los
perfumes- pensé, aunque inmediatamente me di cuenta que la comparación era
incoherente.
Caí en la cuenta que quería hundirme en esa nube, y sin más
en un único movimiento deje sobre la mesa de noche la pócima mágica y secreta... y
apague la luz sin mirar.
Luego me deje caer sobre la almohada y supongo me habré
tapado, pues ya no lo recuerdo. Automáticamente me sentí a su lado, abrace
suave la almohada y deje que me acariciara mientras movía mi cabeza de arriba
hacia abajo.
Susurrando, le dije:
-Te extraño mi amor… volvé pronto…
no podía oírme desde Roma. Pero no me importó.
Sin darme cuenta todas
las preocupaciones desaparecieron, me transporte a las playas de Mission Bay, a
la puesta de sol en Devenport… y aparecieron sus ojos verdes mirándome… los
mios ya estaban cerrados… su flequillo dorado moviéndose con el viento
proveniente de la bahía, los delfines saltando junto al ferry antes de llegar a
la isla Waiheke… y al fin,
minutos mas tarde... me dormí.
Eduardo.-